Corazón y emociones: cómo lo que sentimos y lo que comemos marcan el ritmo de nuestra salud cardiovascular
Septiembre - 2025
Cuando pensamos en el corazón, solemos imaginarlo como un órgano que late incansablemente, bombeando sangre y manteniéndonos con vida. Sin embargo, el corazón es mucho más que un músculo: es un espejo de cómo vivimos, cómo nos alimentamos y también de cómo sentimos. No es casual que lo asociemos con el amor, la tristeza o la alegría. Nuestro corazón responde, de forma silenciosa pero constante, a cada emoción y a cada elección que hacemos en el plato.
La alimentación es el combustible del corazón.
Está demostrado que una dieta rica en frutas, verduras, legumbres, granos integrales, pescados y frutos secos protege las arterias, baja la inflamación y ayuda a mantener el colesterol en equilibrio. Pero la alimentación no es solo biología: también es emoción, cultura, refugio. Comer puede ser un acto de nutrición, pero también una manera de calmarnos después de un día de estrés, de celebrar, de llenar un vacío.
Cuando lo que sentimos nos lleva a comer sin registrar el hambre real, es fácil caer en patrones que dañan el corazón: exceso de azúcares, grasas trans, ultraprocesados o sal. No se trata de prohibir, sino de observar: ¿estoy comiendo porque tengo hambre físico, o porque necesito aliviar una emoción? Esa pregunta, tan simple, puede ser el inicio de un cambio profundo.
El corazón también late con nuestras emociones.
El estrés crónico, la ansiedad o la tristeza sostenida no solo se sienten en la mente: también se traducen en taquicardias, presión arterial elevada y mayor riesgo cardiovascular. Cuando vivimos en modo alerta, nuestro cuerpo produce más cortisol y adrenalina, y eso genera inflamación y desequilibrios metabólicos.
Por el contrario, emociones positivas como la calma, la gratitud y la alegría favorecen lo que se llama “coherencia cardíaca”: un estado en el que el corazón y el sistema nervioso se sincronizan, mejorando la salud y la sensación de bienestar. Dicho de otra forma, cuando vivimos más conectados con lo que nos da paz, nuestro corazón late de manera más armoniosa.
Cuidar el corazón no es solo seguir una “dieta cardioprotectora”, sino también aprender a reconocer las emociones detrás de cada comida. Algunas estrategias sencillas pueden marcar la diferencia:
• Respirar antes de comer: hacer una pausa para registrar si el hambre es físico o emocional.
• Practicar mindful eating: comer sin pantallas, masticando lento, disfrutando el sabor y la textura.
• Buscar otras formas de regular las emociones: escribir, caminar, practicar yoga, conversar con alguien cercano.
• Elegir alimentos amigos del corazón: vegetales, frutas, aceite de oliva, legumbres, pescado azul, frutos secos… sin olvidar que también está permitido disfrutar, porque el placer es parte de la salud.
• Dormir y descansar: un corazón cansado late más fuerte y más rápido; el sueño reparador también es medicina.
La salud cardiovascular no depende únicamente de la genética, ni de una lista rígida de alimentos prohibidos. Es un equilibrio entre lo que comemos, lo que sentimos y cómo elegimos cuidar de nosotros mismos día a día.
Cuidar el corazón es mucho más que medir la presión o contar calorías: es aprender a escucharlo, a nutrirlo con alimentos reales y a darle espacio a las emociones que necesitamos expresar. Porque cuando lo que comemos y lo que sentimos entran en coherencia, el corazón late más libre y más fuerte.